1º PREMIO V CERTAMEN RELATOS AVAFI. Mayo 2012

En el V Certamen de Relato Breve, convocado por AVAFI con motivo del Día Mundial de la Fibromialgia, 12 mayo 2012. Resulto ganador el relato que sigue a continuación.

«LA FELICIDAD DE UN MOMENTO CUALQUIERA EN UN DÍA CUALQUIERA»

AUTORA:  Susi Bonilla Hernández.

Había una vez una estupenda super-woman cuya vida transcurría a ritmo de cronómetro. No, no era ciclista, tampoco nadadora ni piloto de fórmula uno, tampoco tenía parentesco alguno con Marta Domínguez aunque a juzgar por la velocidad con la que siempre realizaba cualquier actividad, se diría que se preparaba para competir con ella.

Ángela saltaba de la cama con el sonido del despertador a las seis de la madrugada y, desde ese mismo instante, comenzaba su particular maratón. La ropa preparada en el baño desde la noche anterior y ducha relámpago. Dos toques de efectos especiales para iluminar el rostro y lanzarse escaleras abajo a preparar los almuerzos de sus dos niñas. La olla estaba sobre la encimera. Ya estaría fría. Hacía el café y colaba el caldo que había preparado la noche anterior al mismo tiempo que cocinaba la cena. Perfecto, caldo colado y cazuela fregada en tiempo record. Giraba la vista hacia el reloj de la cocina, quedaban cinco minutos para despertar a las niñas. Le daba tiempo a sacar los platos del lavavajillas pues ya estaban secos. Luego sacaba a las niñas de sus camas cubriéndolas de mimos y les preparaba el desayuno mientras engullía de un trago un zumo de naranja. Las llevaba al colegio y se dirigía al trabajo. En los veinte minutos que tenía para almorzar compraría un regalito para el cumpleaños imprevisto al que habían invitado a su hija pequeña y al salir del trabajo, al mediodía, iría al supermercado a hacer la compra. De ahí, nuevamente al colegio a recoger a las peques. Otro día sin tiempo para comer. Luego, meriendas, deberes, extra-escolares y, por fin, unos minutos para sentarse en la mesa de la cocina y tomar un café antes de preparar la cena, comenzar con los baños infantiles y dejar todo listo para el día siguiente.

Así, día a día, desgastando cuerpo y mente hasta que una mañana no pudo saltar de la cama al escuchar el despertador. No había dormido nada. Tampoco se despejó con la ducha ni se le desentumecieron los músculos que estaban agarrotados de dolor. Desde su divorcio dormía sola pero esa noche parecía que había dormido con alguien que la había apaleado hasta la extenuación. Fue el principio de una relación no consentida. De una vida compartida sin la posibilidad de haber elegido esa compañía. Nadie se la presentó. Simplemente aterrizó en su vida y se instaló en ella succionando su energía y convirtiéndose en un parásito imposible de erradicar. Luchó con todas sus fuerzas por alejarla de su lado, su nueva compañera era maquiavélica, cruel y egocéntrica. Tardó algún tiempo en aceptarla, en saberla suya y dejarla caminar junto a ella. Porque ahora caminaba…ya no corría. En ese momento se dio cuenta de que había tardado cuarenta años en comprender la teoría de la relatividad. ¡Ahora que ya no tenía que examinarse de ella! ¿O quizás sí? ¿Quizás era precisamente en ese momento cuando tenía que sacar un sobresaliente en ese examen?

Sí…ese era el momento. Tenía que hacer balance, pararse a escuchar y a escucharse. Debía dejar de correr para ir caminando y no perder detalle de lo que tenía alrededor y que, hasta ahora, se estaba perdiendo. Ahora comprendía que todo podía esperar salvo la propia existencia. Ángela vio con claridad que su vida no iba a aguardar pacientemente a que ella la disfrutase. Tenía que disfrutarla o perderla sin más. Debía disfrutarla si o si.

Esa noche también durmió pocas horas pero en los ratos de desvelo anotaba todas las cosas positivas que le habían ocurrido en el día en una pequeña libretita que dejó en su mesilla de noche. Se levantó de la cama despacio, estirándose, sin saltar. No pensaba darle el gustazo a su compañera y permitir que se burlase de ella. Se dirigió al balcón con calma y abrió las puertas de par en par. Respiró el aire fresco de la mañana y se llenó de él. Esto es vivir, pensó, mientras escuchaba el gorjeo de unos pajarillos que revoloteaban. Era la primera vez que reparaba en ellos y vivía en esa casa más de quince años. Se duchó despacio, masajeando sus doloridos músculos con gel de baño, aspirando su perfume y dejó que el agua caliente cayese sobre sus hombros con una sonrisa en los labios. Bajó las escaleras lentamente, dejándose acariciar por el apacible susurro del silencio. Entró en la cocina, no había ninguna olla en la encimera. Quizás prepararía caldo esta tarde o mañana. A las niñas les encantaban las pechugas rebozadas y eso se preparaba en un instante. Subió las escaleras con cierto esfuerzo y volvió a sonreír pensando en el calor de sus pequeñas que todavía estaban dormidas. Entró en la habitación de las niñas y se deslizó entre sus sábanas. Sintió sus cuerpecillos y se llenó de paz. Las abrazó y notó como una de ellas sacaba sus manitas buscando su rostro y le recorría la cara hasta alcanzar su nariz, como cuando era un bebé. Volvió a sonreír. Jugueteó un rato con ellas hasta que consiguió que se levantaran y fueran a desayunar.

Comenzó a preparar los bocadillos para el colegio y de pronto escuchó ruido en el lavavajillas. Las niñas habían terminado de desayunar y estaban sacando los platos limpios. Una lágrima le recorrió la mejilla y se sintió profundamente orgullosa de ellas. Se sentía feliz. Esta noche les prepararía una tortilla de patata. No le importaba pensar el tiempo que tardaría en pelar las patatas por el puñetero dolor en los dedos que tenía últimamente. Para sus pequeñas su tortilla era la mejor del mundo y cenar un bocadillo en el sofá viendo su programa preferido era toda una celebración. Y tenía mucho que celebrar. Mucho por vivir. Fue una bonita noche. Hacía mucho tiempo que no tenían una cena de chicas como le llamaban sus hijas al picnic en el sofá. Después de ver ese programa que tanto les gustaba todavía quisieron quedarse un rato a hablar. Hubo confidencias, confesiones y una enorme y agradable complicidad. Se acostó agotada pero feliz. No podía conciliar el sueño, algo habitual ya para ella, pero cogió su pequeña libretita y se dispuso a anotar con entusiasmo todos los momentos felices del día. Incluso la invitación a comer que le había hecho un morenazo de mirada dulce y acuosa con el que compartía desde hace meses sesiones de rehabilitación. Bromeando, ella le dijo que aceptaría la comida a cambio de un buen masaje relajante. Él aceptó el trato con una sonrisa. Mañana mismo iría a comprar un gel de masaje con agradable olor y se desharía de todos los tubos de pegajosas cremas antiinflamatorias que, de todas formas, no le servían para nada.

Miró a su derecha. Tendremos que compartir cama-pensó-mientras dirigía una sonrisa burlona hacia su invisible e inseparable compañera.

Viviré contigo pero… nunca a pesar de ti. Jamás…FIN

Autora: Susi Bonilla Hernández. (socia)