3º Premio Relato Breve Avafi – 2017

Mjose 3 premio

En el X Concurso Relato Breve, ha resultado ganadora de 3º Premio Mª José Juarez Romera.

     LEMMY

No manejo bien el tiempo, así que no sé bien cuánto llevaba ahí metido. Sí sé, que no me gustaba nada tener que pelear por la comida, por el agua, e incluso por hacer mis necesidades. Cuando tu casa se reduce a una habitación es aburrido, cuando le añaden patio, la cosa mejora… pero, ¡madre mía! cuando como tú hay 20 más que luchan por tener hueco, la vida se convierte en una carrera constante.

Todos los días nos ponían la comida y recogían del patio los excrementos. Y algunos días entraban en casa varios de esos altos para jugar con nosotros.

Ese día había salido el sol, y desde primera hora me había buscado un hueco en el alféizar. Hacía fresquete, pero allí siempre nos acurrucábamos los mismos y el sol hacía todo su recorrido acariciándonos levemente.

Los altos de siempre salieron y entraron otros que no había olido nunca. Wili y Wila enseñaron su repertorio de monerías, como hacían siempre. Tina fue la estrella y se encaramó a uno de los altos, y jugaron mucho con Tom. No manejo bien el tiempo, así que no sé cuánto estuvieron ahí. Yo seguía en mi trocito de alféizar observando la escena. Uno de los altos acarició a Sara que dormía a mi lado y otra cogió a Sofía. Parecía que se iban ya y nos volverían a dejar tranquilos, pero en ese momento, la alta me miró, dejó a Sofía y me cogió a mí. “Oh no” yo no quería que me cogieran. No sabíamos que les pasaba a los que salían del refugio.

Me metieron en una caja con rejas, lloraba, no entendía qué pasaba. Me tocaron y me hicieron daño y lloré mucho, pero no sirvió de nada.

No manejo bien el tiempo, así que no sé cuánto pasó desde que me sacaron del refugio y me trajeron aquí. Pero sé que ahora tengo un nombre y vivo con una alta que es mi amiga y me da comida, agua, me cuida, juega conmigo y me da mimos. ¿Qué más puedo pedir?

Esta es mi historia, y quiero también contaros la de mi amiga alta, a la que quiero mucho. Desde el principio mi amiga se preocupó mucho por mí. Yo la notaba triste y aunque debo reconocer que estaba asustado, me sentaba con ella en el sofá, quería conocerla un poco más. Ella me acariciaba con mucho cuidado, y no sé cómo lo sé, pero los gatos lo sabemos, sabía que mi nueva amiga estaba muy triste, algo dentro de ella estaba marchito.

Enseguida empecé a sentirme seguro con ella y después de comer la buscaba. Me enroscaba en su regazo que desprendía calor y mientras me acariciaba me iba susurrando palabras bonitas.

Todas las mañanas venía a buscarme  y me daba los buenos días, ¡qué gustito cuando me rascaba la tripa y me acariciaba el cuello! Y luego me limpiaba el arenero y llenaba mis cuencos de comida y de agua. Por supuesto yo estaba muy agradecido, y se lo demostraba acariciándome contra sus piernas, y la buscaba y ronroneaba y ella se ponía contenta y me cantaba y jugaba conmigo. Con el paso de los días, fui aprendiendo muchas cosas. Por ejemplo, que allí estaba a salvo, porque ese era ahora mi hogar, y aprendí también a querer y conocer a mi amiga.

Algunas veces mi amiga lloraba, y claro yo iba a darle consuelo. Era triste porque lloraba despacito, pero mucho rato. Y aunque no manejo bien el tiempo, podía sentir el dolor que mi amiga sentía. Yo me acurrucaba es su regazo y tampoco decía nada, sólo ronroneaba y ella me decía: “mi amor, yo siempre te cuidaré, haré todo lo posible para que estés bien, nunca te voy a fallar, me pondré bien para cuidar de ti”

Alguna lágrima suya me caía mientras me acariciaba. Los gatos no sabemos mucho de normas sociales, pero tenemos muy desarrollada la percepción, y sentía que lo que mi amiga me decía, lo decía de verdad.

Algunos días casi no se levantaba del sofá. Se ocupaba de mí, pero ella casi no comía. Yo me tumbaba cerca de ella y la abrazaba con mis patitas de adelante. Y creo que eso la ponía contenta, porque emitía un largo suspiro y su pecho se relajaba y me abrazaba.

Otros días volvía llorando, cerraba la puerta y me llamaba con una voz muy triste. Yo corría por supuesto, a consolarla.

No creeríais todo de lo que se puede enterar uno cuando los demás piensan que está dormido. Muchas tardes se tumbaba en el sofá, cansada, triste y se tapaba con la manta con la que también me tapaba a mí. Yo utilizaba mi truco de siempre: ella me acariciaba y yo ronroneaba hasta que se quedaba tranquila, después apoyaba mi cabeza en su pecho y me hacía el dormido. Entonces, cuando  ella pensaba que no la oía, me confesaba lo que más miedo le daba: “mi amor, mi tesoro”- me susurraba- “¿qué pasará si no me puedo mover? ¿Quién te cuidará si por las mañanas no me puedo levantar de la cama? Mi cosita, ¿quién se ocupará de ti?”.

Ella lloraba ahogadamente y aunque me ponía muy triste, lo único que podía hacer era ronronear. Luego ella se sorbía las lágrimas y me decía: “sabes,  me pondré bien, volveré a salir a la calle y hacer todo lo que hacía antes. Lo sé, podré hacerlo porque cuando te acaricio me duelen menos los brazos. Y volveré a ser como antes. Porque quererte hace que me quiera y cuando por las noches te enroscas a mi lado en la cama, me relajas y tus ronroneos son como una nana que me ayuda a dormir. Me pondré bien, porque quiero estar bien, para jugar contigo y cuidar de ti. Nada podrá alejarme de ti, ya verás, lo vamos a conseguir”

No manejo bien el tiempo, pero desde hace muchos días, mi amiga me llama con la voz alegre y jugamos un montón y por las tardes  ella corre detrás de mí por el pasillo y nos reímos mucho. Sí, nos reímos. Hemos aprendido a hacerlo juntos. Se inventa juegos de escondite y cuando estamos cansados, nos acurrucamos le uno junto al otro y nos acariciamos. Percibo que eso que había marchito dentro de ella, está volviendo a renacer.

No manejo bien el tiempo, pero tengo un sentido muy desarrollado y sé que es verdad lo que me dice. Y aunque le duele todo el cuerpo y no lo expresa, me sonríe con mucho amor y hace todo lo posible por estar mejor.

Esa es nuestra historia, ahora me despido, porque es la hora de la cena y ¡de los mimos! Miauuu.

Autora: Mª José Juárez Romera (socia de Avafi)

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